Este puente he visto una película que me ha hecho pensar mucho en mis alumnos.
Enero de 1942 y en el Teatro Fémina del gueto judío de Varsovia, se estrena una comedia, una obra de teatro: “El amor en su lugar”. La posibilidad de que los actores (todos jóvenes de veinte años) representen esa obra, es de algún modo, lo que les hace sentirse vivos, en medio de todas las penalidades que sufren de mano de los nazis: frío, confinamiento, miedo, escasez de alimentos…
Por otro lado, la realidad de la tragedia que representan, también la tienen muy cerca, en el mundo real, donde constantemente están viendo el duelo entre el amor y el sacrificio. Dentro del gueto hay una lucha constante por sobrevivir; y entre bambalinas, otra lucha valiente y generosa, para dar posibilidades de futuro al más vulnerable.
Rodrigo Torres, director del film, basándose en un hecho histórico, ha traído a mi mente estos días, la situación en la que están también muchos de los adolescentes que tenemos en nuestras aulas. En el “gueto” que a veces se marca un joven, en su círculo de amistades, en su red social y sus redes virtuales, está esa misma necesidad de sobrevivir a la catástrofe de fuera, en modo diversión o evasión. La esperanza que algunas veces no encuentran en la realidad que tienen, o en el miedo al futuro en el que les estamos educando, la vuelcan hacia ese “carpe diem” de la juerga continua, aunque no siempre de una paz duradera.
¿Por qué esta confusión? ¿No tendríamos que ser los colegios, las escuelas, las aulas, esos focos de luz que transmitan confianza a nuestros alumnos? El futuro son ellos. Y a ellos tenemos que mirar, quizá con un poquito más de optimismo. Poniéndonos en sus zapatos, entrando a sus “guetos” y participando con ellos en sus comedias. Porque nos lo tenemos que pasar muy bien a su lado, si queremos realmente ser ese referente para ellos, esa brújula que active los imanes de la curiosidad, del conocimiento y de la sabiduría de nuestros alumnos (*).
“El amor en su lugar” me ha marcado. Estoy convencida de que es el colegio, nuestras clases, cada familia y cada alumno, ese lugar en el que cada día, tenemos que poner el interés, la ilusión, y el amor, que de sentido y profundidad a nuestra profesión.
(*) Ever Garrisson
Delia Capapé
Profesora de Secundaria